Saturday, October 20, 2007

Negando lo obvio

Por Helen Aguirre Ferré


Hillary Clinton reconoce una buena oportunidad cuando la ve. Por eso es que a pesar de sus numerosos fracasos ha sabido, hábilmente, rehacer su imagen y salir adelante.
Su dinámica es curiosa. Aunque está a la delantera en las encuestas políticas para tomar la nominación de la primaria del Partido Demócrata, 33 puntos por encima de su contrincante más cercano, Barack Obama, y con una fortuna acumulada - $27 millones recaudados en los últimos tres meses - la senadora Clinton es a la vez una de las figuras más odiadas. Ciertamente para la mayoría de los republicanos, Hillary simboliza el cinismo y oportunismo político para lograr sus ambiciones políticas. Por eso, según muchos, es que no abandonó a Bill después de tantas pruebas de su infidelidad.
Algunos demócratas también se sienten incómodos con Hillary, sólo hay que ver las aclamaciones a favor de una posible candidatura del ex vicepresidente Al Gore, particularmente después de ganarse el Premio Nóbel. Algunas feministas se sienten decepcionadas por la manera en que Hillary permitió que los allegados a su esposo difamaran la reputación de mujeres que fueron sexualmente acosadas por Bill. Denunció las críticas como un ataque o conspiración de la extrema derecha.
Pobre víctima. Logró identificar a sus adversarios como partidarios de esa temida ultra derecha y los republicanos cayeron en la trampa dejándose identificar como brujos ideológicos. Pero ¿cuál es la ideología de Hillary Clinton? Por boca de ella es difícil saberlo; se niega a identificarse de una manera u otra, para no perjudicar su ventaja electoral. Aunque los republicanos la catalogan de ultra liberal, otros la ven como amoral. Lo que importa es ganar.
Manifestar una ideología ataría a Hillary Clinton a tener que tomar una posición fija de principios. Tendría que manifestar su filosofía de la vida dejándonos saber cómo filtra la información y experiencias vividas ayudándonos a saber cómo reaccionaría o piensa. Quiere quedar bien con Dios y con el diablo. Ni siquiera pudo decir qué equipo de pelota apoya, si el de Chicago, su ciudad natal o el de Nueva York, su estado adoptado. "Tendría que apoyar a los dos," dijo con respuesta salomónica.
Tomando en cuenta su popularidad entre los demócratas, parece que a pocos les importa si la senadora guarda un secreto. Pero en momentos de tomar decisiones de ejecutivo, ¿importa la ideología? Más de lo que queremos pensar.
La ideología se manifiesta no sólo en el debate político sino en nuestra manera de manifestar nuestra manera de vivir y de tratar a los demás. Por eso, Hillary Clinton no tiene problemas con negar que apoyó y votó a favor de la guerra de Irak a pesar de que ahora niega que ésa haya sido su intención. Dice apoyar a Colombia pero se opone al Tratado de Libre Comercio con el gobierno de Álvaro Uribe. Dice que ayudará a los contribuyentes más necesitados, pero piensa socializar la medicina bajando la calidad del cuidado médico para todos aquellos que no podrán pagar médicos privados, y piensa aumentar los impuestos sobre los negocios de tamaño mediano, llevándolos a que se vendan a los conglomerados ya demasiados numerosos que impiden la competencia de los más pequeños. Apoya las leyes que permiten el aborto aunque lo califica como "solución trágica." Quiere ser y no ser.
¿Cómo saber entonces qué haría frente a un adversario ideológico como Putin de Rusia? ¿Cómo nos defendería del radicalismo islámico? Si milagrosamente capturasen a Osama bin Laden vivo, ¿Cómo lo enjuiciaría? Y ¿qué criterio usaría para seleccionar a los jueces a la Corte Suprema en donde se interpreta y se encaran las mejores intenciones de la Constitución? ¿Sabría conservar los mejores valores familiares y religiosos como cimientos de la sociedad?
Es una equivocación negar la importancia o necesidad de ideología pero para muchos conlleva implicaciones negativas. En un artículo en la próxima edición de la revista "Foreign Affairs" del Council on Foreign Relations, Hillary Clinton culpa a Bush de ser esclavo de su ideología, como si ostentar ideología fuese el dilema de su administración.
El siglo XX terminó con la derrota de dos ideologías nefastas como totalitarismo y el autoritarismo gracias a los valores democráticos que se sobrepusieron. A comienzos del siglo XXI la moda es negar la importancia de esos valores.

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